martes, 27 de abril de 2010

Alucina, vecina

El domingo pasado fui al cine. Reconozco que ya lo había hecho antes y sé que se trata de un ritual que miles de humanos realizan fin de semana tras fin de semana pero, para mí, ésta fue una ocasión especial. Con unas gafas oscuras de las que ya le hubiese gustado tener a la Jurado, vi mi primera película en 3D. Qué entrañables quedarán en mi memoria aquellos momentos en los que trataba de comprobar si la publicidad previa al largometraje me mostraría señoras tridimensionales que aconsejan apagar los teléfonos móviles cuando se entra en la sala. Pero no fue el caso. Como ya me olía yo que esto de las tres dimensiones iba a estar de moda una temporadita, me reservé para una película que considerase que podía merecer la pena. Así que tanto la bazofia de Furia de Titanes como el remake de Pocahontas y Matrix al que han decidido llamar Avatar fueron visionados por mi persona en formato estándar, como cualquier American Pie de mierda.

¿Y usted qué opina de la tecnología 3D?


Pero con Alicia en el País de las Maravillas no debía ser así. Desde que Walt Disney estrenara en la década de los ’50 su adaptación del libro de Lewis Carroll, el mundo ha tomado esta versión no sólo como referencia sino como la definitiva, pero yo, por mi parte, no va a ser por la parte de otro, he estado esperando una película con actores de carne y hueso que mereciera la pena. “Mira qué bien, y la va a hacer Tim Burton” me dije para mis adentros, sin saber que en su momento acabaría soltando lo que al cambio son mil setecientas pesetazas por ver el tremendo cabezón de su señora esposa en todo su esplendor. Y poca cosa más. “Raro, raro” pensé cuando vi el cartel de la película. Pero no le quise dar demasiada importancia a que en el susodicho cartel no se viera a Alicia por ninguna parte. Pero bueno, Tim Burton se empecinó en que eso que estaba rodando era una versión de Alicia en el País de las Maravillas y no ha habido manera de hacerlo bajar del burro. Pues no, señor Burton, no. Eso se podría haber titulado Alicia Trémula (por la calidad interpretativa de su protagonista), Alicia Potter y el Desfile de Moda o, incluso, Yo soy la Alicia. Pero de maravillas, ni rastro.

La reina de corazones


Si ruedas una versión de Romeo y Julieta en la que los protagonistas son una jotera y un controlador aéreo, pues fantástico, pero no olvides que deben enamorarse y morir por amor (qué bonita aliteración) porque si no, estás a un travesti de haber plagiado cualquier película de Almodóvar. Alicia es una niña que viaja en sueños a un mundo donde se genera una serie de situaciones absurdas que chocan con toda lógica, se sorprende y desespera porque es incapaz de comprender lo que sucede a su alrededor y se siente sola en medio de tanta locura. Para colmo de males, la educación que ha recibido se basa el los valores y las costumbres de la época victoriana, por lo que no está para ponerse armaduras e irse a matar bichos. Eso es de chicazos. Si se hubiera inventado por aquel entonces, Alicia llevaría en el bolso un spray de pimienta y no dudaría en usarlo contra sombrereros y otros espantajos.

A ella tampoco la convence



Cuando Carmen Martín Gaite escribió su versión de Caperucita Roja, después de tanto tango argentino y tanta abuela bohemia se tomó la molestia de rebautizar la historia como Caperucita en Manhattan, porque con la cantidad de vueltas que le había dado al cuento, había parido una historia nueva. Pero no. El señor Burton con su pelo crepado ha hecho lo que le ha dado la gana y ha decidido que Alicia vaya por la vida empatizando y confabulándose con cualquier personaje que se le cruce, por muy surrealista que sea, hasta el punto de acabar a espadazos si hace falta. Señor Burton, se ha cargado usted la historia. Imaginemos que Alicia es una yonki que a causa de una dosis de heroína adulterada sufre una serie de alucinaciones en las que se le aparecen Carmen Lomana e Isabel Pantoja haciendo encaje de bolillos. Mientras la protagonista no les pida el número de móvil con la intención de quedar cada jueves para participar en semejante festival, eso, y no lo que fui a ver el domingo pasado, podría llamarse Alicia en el País de las Maravillas.