lunes, 21 de febrero de 2011

Mamá, quiero ser artista


Este post, escrito bajo la influencia de la gripe y la automedicación, es fruto de una deuda que llevaba tiempo siendo colgandera. Hace ya dos meses, y por ello no sé cómo no se me cae la cara de vergüenza, tuvimos el placer de acompañarnos recíprocamente mi amiga Silvia y yo a ver un desastre cinematográfico descomunal al que irónicamente decidieron los señores que deciden los títulos de las películas llamar Burlesque. Silvia supo plasmar en su blog la esencia de lo que vimos estupefactos aquel día, nos reímos mucho, y le prometí una réplica bloguera. Andando el tiempo mi crónica Burlesquiana se quedó en el tintero, que no en el olvido, y tras semanas de no vernos volvimos a quedar para repetir la experiencia. La excursión al cine. No la película, que esta vez fue Cisne Negro. Gracias Silvia, nos lo pasamos genial.

Corría el 2001 cuando el mundo, no el diario super-imparcial, sino nuestro planeta entero con todo lo que lo habita, fue testigo de uno de los acontecimientos más catastróficos que han marcado el milenio en el que vivimos. El 11 de septiembre de aquel año, Mariah Carey publicó Glitter.

Yo, señoras con señores, soy muy fans de la Carey. Mucho. Y me parece ridículo hasta el punto de no querer usar comas que cuatro memos que van del hippy perro-flauta seguidor de esa espantaja que se hace llamar Bebe al pseudo-intelectual que se las da de entendido por el hecho de leerse los titulares de la Rolling Stone critiquen a la que ha sido una de las mejores vocalistas habidas y por haber so pretexto de que es una hortera vistiendo. Criticad por ello a Dona Karan, que por muy diseñadora que sea va siempre hecha un adefesio, pero no a una cantanta. Debo puntualizar que el fatídico día antes mencionado no fue el del estreno del horror de película, sino el de la publicación de su fabulosa banda sonora que no por fabulosa dejó de suponer un traspiés en su, hasta entonces, impecable carrera.

Sooooy uuuna taza, una tetera, una cuchara, y un cucharón...


Contradictoriamente, este traspiés fue modelo a seguir por otras muchas cantatrices. La Carey se llevó un Razzie. Se lo arrebató a su archi-rival Jennifer Lopez, a nuestra Pe de España, a la mismísima Angelina Jolín y a la posteriormente oscarizada Charlize Theron. Tóma ya. Y ustedes le dirían si se la cruzaran por la calle: -Para que aprendas, so mamarracha-, pero ni ella ni ninguna otra cantaora de ego desmesurado les hará caso. Porque, así como la Carey tuvo su Glitter, Britney Spears ha tenido su Crossroads, Beyoncé su Dreamgirls y, a buenas horas mangas verdes, la Aguilera nos ha dado un disgusto estas navidades pasadas con Burlesque. Miedo da el darse cuenta de que todas estas joyas del cine contemporaneo tienen mucho en común: muchacha cándida y sin maldad vive agobiada por la cantidad de gente que le repite cada día lo bien que canta, que no es su intención, oiga, que le sale sin querer, motivo por el cual se acaba metiendo en el mundo de la farándula. Se enamora de un señor que se las hace pasar canutas, pero, como la pobre ha crecido sin figura materna que la criara entre algodones, queda absolutamente libre de pecado cuando toda la chusma que la rodea y que ha intentado aprovecharse de ella, de su don y de su belleza sobrenatural, acaba cayendo en desgracia y posteriormente arde en el infierno. Tal cual.

Burlesque adolece de todo esto y más, pues si el argumento es para salir corriendo, las interpretaciones son de traca. Sólo a Cher se le ha hecho justicia nominándola al Razzie a la peor actriz secundaria, y eso que no se le acaba de ver bien la cara en toda la película porque no hay una sola escena en la que salga que no se desarrolle en la penumbra. Maldita vanidad.

Las 7 diferencias


El show business rezuma envidia, y la Aguilera y Tutankamon dejan un regusto a jarabe de glucosa al final de la película difícil de digerir. La rivalidad en la que en un primer momento se basa la relación entre los distintos personajes desaparece inesperadamente y en adelante todos somos buenos. Menos mal que antes de Glitter hubo un Showgirls que se sitúa en las antípodas de todo este ñoñerío. Cisne Negro muestra sin edulcorantes todas las miserias que hay detrás del brilli-brilli que se ve en escena. No se trata de adular el don natural del artista que nace con la flor en el culo, sino de plasmar los sacrificios sobrehumanos que llevan al éxito. La interpretación de Natalie Portman es excelente. Soporta el peso de un personaje marcado esta vez no por la ausencia de la figura materna, sino por su excesiva presencia. Las frustraciones de una madre que no triunfó en la danza se proyectan en su hija, Nina, sobreprotegida e insegura, que no sabe canalizar sus ambiciones y acaba sintiéndose amenazada por cuantos la rodean. Esta situación lleva a Nina a la locura y a la autodestrucción, ya que vive presionada tanto por su exigente madre como por sus compañeros, entre los que únicamente distingue rivales, mientras se desarrollan secuencias de danza que llegan a ser desesperantes por los constantes movimientos de cámara.

...soooy uuun cuchillo, un plato llano, un plato hondo, y un tenedor...


Cuando nos plantamos frente a la taquilla para comprar las entradas del cine, previa cola que nos tragamos, nos sorprendió una advertencia que, junto al listado de precios de los tickets en función del día de la semana y de la edad del espectador, y de la retahila de pegatinas que ilustraban las tarjetas de crédito admitidas para realizar el pago de los tickets antes mencionados, adornaba el cristal que se interponía entre el taquillero y nosostros. “El nivel de sonido dentro de la sala puede dañar el oído”, y pizcuetos nos quedamos. Causa de semejante advertencia podría ser que la edad media de los espectadores allí presentes ultrapasaba con holgura a la legal de jubilación, tanto la antigua como la nueva, por lo que entre el variado muestrario de audífonos que nos rodeaba seguramente se podría encontrar alguno mal calibrado que impediría a su dueño enterarse de la trama de la película si esta fuese proyectada con un volumen de sonido normal. Como más vale curarse en salud y por ahorrarse las quejas de algún que otro septuagenario, los responsables de la sala fueron también responsables de que la hora y tres cuartos que duró la película fueran hora y tres cuartos de un Tchaikovsky indescriptiblemente martilleante.


P.D. Si no te gusta la Carey, pues vale. A mí tampoco me gusta que la Gioconda tenga las mismas cejas que Woopy Goldberg y no por eso voy a quitarle mérito a Leonardo da Vinci.

P.D.2. El politono “cisne” se lo podrían haber ahorrado.