Corría el 2001 cuando el mundo, no el diario super-imparcial, sino nuestro planeta entero con todo lo que lo habita, fue testigo de uno de los acontecimientos más catastróficos que han marcado el milenio en el que vivimos. El 11 de septiembre de aquel año, Mariah Carey publicó Glitter.
Yo, señoras con señores, soy muy fans de
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Sooooy uuuna taza, una tetera, una cuchara, y un cucharón...
Contradictoriamente, este traspiés fue modelo a seguir por otras muchas cantatrices.
Burlesque adolece de todo esto y más, pues si el argumento es para salir corriendo, las interpretaciones son de traca. Sólo a Cher se le ha hecho justicia nominándola al Razzie a la peor actriz secundaria, y eso que no se le acaba de ver bien la cara en toda la película porque no hay una sola escena en la que salga que no se desarrolle en la penumbra. Maldita vanidad.
Las 7 diferencias
El show business rezuma envidia, y la Aguilera y Tutankamon dejan un regusto a jarabe de glucosa al final de la película difícil de digerir. La rivalidad en la que en un primer momento se basa la relación entre los distintos personajes desaparece inesperadamente y en adelante todos somos buenos. Menos mal que antes de Glitter hubo un Showgirls que se sitúa en las antípodas de todo este ñoñerío. Cisne Negro muestra sin edulcorantes todas las miserias que hay detrás del brilli-brilli que se ve en escena. No se trata de adular el don natural del artista que nace con la flor en el culo, sino de plasmar los sacrificios sobrehumanos que llevan al éxito. La interpretación de Natalie Portman es excelente. Soporta el peso de un personaje marcado esta vez no por la ausencia de la figura materna, sino por su excesiva presencia. Las frustraciones de una madre que no triunfó en la danza se proyectan en su hija, Nina, sobreprotegida e insegura, que no sabe canalizar sus ambiciones y acaba sintiéndose amenazada por cuantos la rodean. Esta situación lleva a Nina a la locura y a la autodestrucción, ya que vive presionada tanto por su exigente madre como por sus compañeros, entre los que únicamente distingue rivales, mientras se desarrollan secuencias de danza que llegan a ser desesperantes por los constantes movimientos de cámara.
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...soooy uuun cuchillo, un plato llano, un plato hondo, y un tenedor...
Cuando nos plantamos frente a la taquilla para comprar las entradas del cine, previa cola que nos tragamos, nos sorprendió una advertencia que, junto al listado de precios de los tickets en función del día de la semana y de la edad del espectador, y de la retahila de pegatinas que ilustraban las tarjetas de crédito admitidas para realizar el pago de los tickets antes mencionados, adornaba el cristal que se interponía entre el taquillero y nosostros. “El nivel de sonido dentro de la sala puede dañar el oído”, y pizcuetos nos quedamos. Causa de semejante advertencia podría ser que la edad media de los espectadores allí presentes ultrapasaba con holgura a la legal de jubilación, tanto la antigua como la nueva, por lo que entre el variado muestrario de audífonos que nos rodeaba seguramente se podría encontrar alguno mal calibrado que impediría a su dueño enterarse de la trama de la película si esta fuese proyectada con un volumen de sonido normal. Como más vale curarse en salud y por ahorrarse las quejas de algún que otro septuagenario, los responsables de la sala fueron también responsables de que la hora y tres cuartos que duró la película fueran hora y tres cuartos de un Tchaikovsky indescriptiblemente martilleante.
P.D. Si no te gusta la Carey, pues vale. A mí tampoco me gusta que la Gioconda tenga las mismas cejas que Woopy Goldberg y no por eso voy a quitarle mérito a Leonardo da Vinci.