martes, 16 de marzo de 2010

Una Koplowitz más

Creo que dos mensualidades de regalo son suficientes. En esos sesenta días, mientras Willy Fog hubiera llevado ya recorrido más de medio mundo sin necesidad de Aves ni Ryanairs, un servidor apenas se había movido del sofá. No se vayan a creer ustedes que por ello dejé de pagar la cuota del gimnasio, no señor, sino que, como buen multimillonario que no soy pero que algún día me gustaría ser, seguí pagando religiosamente un servicio que no estaba aprovechando. Consciente de que los beneficios del yoga estaban en conflicto con el hecho de que no pensaba volver a pisar un gimnasio durante una temporadita y mucho menos seguir pagando sin pisarlo, en un ejercicio de idiotez insuperable conseguí mi triple salto mortal con bucle, chorreras y madroños: me compré una Wii Fit. Qué delicia pensar que la broma me había salido por otras dos mensualidades del gimnasio del que me acababa de borrar… Ahora sólo necesitaba aguantar durante cuatro meses el hacer el mamarracho subido a una tabla de plástico para amortizar la operación y dejar de sentirme culpable. Plataforma de plástico que te pesa y te hace saber que caminas torcido: dos cuotas de gimnasio. Consola de videojuegos a la que se conecta la plataforma de plástico: otras cuatro cuotas. La cara de estupefacción con que te mira tu familia mientras haces el espantajo en el comedor tratando de no abrirte la cabeza: no tiene precio. Para todo lo demás. MasterCard.

El sentimiento de culpabilidad nos puede llevar a ese punto. Nos ataca por las noches desvelándonos, nos muestra nuestro lado más indigno y nos crea la necesidad de justificarnos ante los demás y, lo que es mucho peor, ante nosotros mismos. Siéntete culpable por pegarte un atracón y pedirás sacarina para el café. Dejaos de San Valentín y del Día del Padre. El gran invento de los grandes almacenes es la culpabilidad. Como has engordado, cómprate una bicicleta elíptica. Como no dejas de fumar ni aunque te maten, cómprate parches de nicotina. Y, como has sido malo, cómprate carbón, pero del que está hecho con azúcar, para que engordes y te acabes comprando la elíptica. No nos engañemos. No somos culpables. Nos hacen sentir culpables. El problema no está en que dejemos de ir al gimnasio, sino en que nos hemos apuntado a un gimnasio a sabiendas de haberlo hecho en un arrebato irracional pues, en el fondo, no nos gusta ir al gimnasio. Es por ello que hoy tengo otro consejo que ofrecer a la humanidad: Cuando os embargue el más irracional de los sentimientos, este es, el de culpabilidad, no titubeéis lo más mínimo. Quedaos en el sofá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario