De hecho se podría decir que, en mi caso, ser opositor es prácticamente un estado civil. Pero lo que más me fascina y me alucina vecina de esta (sin tilde) aventura opositoril en la que me he metido yo solito, porque a mí me ha placido, es el término oposición en sí. Oposición proviene del latín OPPOSITIO y hace referencia a la acción o efecto de oponerse, es decir, al contraste entre dos cosas contrarias. Por muy redundante que resulte la definición, lo que más me chirría es lo contradictorio del significado etimológico del termino con respecto al significado que nos ocupa. Yo no me opongo a ser funcionario. ¡Si lo estoy deseando! ¿A ver para qué, si no, me he metido en este (también sin tilde) fregao (con síncopa de la consonante oclusiva dental sonora en posición intervocálica)?
lunes, 15 de noviembre de 2010
Opposition Man
sábado, 17 de julio de 2010
Matadme, matadme ya…
Tutankamon y compañía
El verano tiene esas cosillas. Tan pronto agonizas por la salmonella como por otra reposición de Verano Azul. Da igual si enciendes el aire acondicionado del coche, porque el volante quema. Da igual si te embadurnas de body milk, after sun o salsa vinagreta, los talones se te agrietarán igual y se te resbalará todo de las manos. Esto, repito, en Navidad no pasa.
Sencilla a la par que elegante
Las rebajas de enero son mil veces mejores. No hay señoras que se matan a codazos por un refajo en las rebajas de julio, estos espectáculos se tienen que dar con el abrigo puesto y el bolso colgando, porque con chanclas se pierde dramatismo. En invierno damos la bienvenida al año nuevo con promesas del estilo “me pongo a dieta pero ya, en cuanto me acabe todos los turrones que quedan en la despensa” o “dejo de fumar ya mismo, después de la juerga de fin de año, o de los exámenes parciales, o del banquete de la comunión de mi sobrina”, pero en verano el toro nos ha pillado por sorpresa y nos ha levantado por los aires de una corná, con los michelines puestos.
Operación Bikini
Echo de menos el invierno, a Belén Esteban dando las campanadas de año nuevo, los anuncios de juguetes con niños hiperactivos, los discos de villancicos de La Pantoja o Il Divo… también echo de menos ser capaz de escribir algo coherente.
sábado, 19 de junio de 2010
Con tanto paro como el que hay
Yo.-Hola buenos días. ¿Tenéis el modelo x?
Dependiente con ínfulas.-(Mirándome de arriba a tan abajo como el mostrador que nos separa le permite.) No.
Yo.-¿Sabéis cuándo os llegará? Es que hace un par de días vi en vuestra página web que lo tendréis disponible.
D.-(Con cara de hastío.) Pues no. No sé nada.
Yo.-Y vamos, de precios supongo que sabréis menos.
D.-(Sin sacarse de la boca el boli que lleva mordisqueando desde antes de que se pusiera a atenderme pero dibujando una media sonrisa, suerte tiene del mostrador que hay de por medio.) Ni idea.
Señores de la compañía de telefonía móvil naranja. En vuestro mostrador del English Cut de Plaza Catalunya de Barcelona, hoy, sábado 19 de junio de 2010 a las 14.00 horas aproximadamente, uno de vuestros empleados me ha atendido así, tal cual. Supongo que os sobran clientes…
jueves, 3 de junio de 2010
Porque no hay en mi vida un martirio que dure más…
El histrionismo mola. Puede ser cansino, en la medida que lo son todas las cosas de las que se abusa, pero bien dosificado es una graciosa manifestación de los artificios que componen la compleja naturaleza humana. Dos niños se proponían mutuamente llorar al llegar ante el escaparate de la tienda de golosinas para tratar de rascar algo de sus padres. Esta anécdota me la contaron hace un par de días. ¿No es adorable? Mocosos así, aunque hostiables, dejan a Marisa Paredes a la altura del betún, que es donde se merece estar. Porque ser histriónico es mucho más que ser exagerado en las formas. Se necesita dramatismo, vislumbrar un oscuro futuro carente de luz al final del túnel. Una Madama Butterfly por Maria Callas, una entrega de notas de cuarto de E.S.O. Si Puccini hubiera sido ministro de educación a la vez que compositor, ¡Cuántas geishas travestis corretearían por los pasillos de los institutos! ¡Cuán diferentes habrían sido los argumentos de seriazas como Al Salir de Clase, Compañeros o El Internado!
Yo, señoras y señores, soy histriónico. Mis gripes son las más febriles. Mis dolores de muelas son los más intensos. No hay alergia estacional peor que la mía y, para más inri, estamos en mitad del meollo. Docenas de pañuelos de papel usados llenan mis bolsillos formando enormes bolas de celulosa de doble capa. Sandalias hippiosas y foulards al viento invaden las calles mientras a mí me dan ganas de envasarme al vacío. Las frases se entrecortan ante la amenaza de un nuevo estornudo. Siento mis ojos humedecerse con las lágrimas que brotan. Marisa, no eres nadie.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Lost-ienen que tener cuadrados
Para combatir la angustia que supone reflexionar sobre semejantes aberraciones, el mundo dispone de un amplio abanico de placebos. De entre los que son legales destaca Lost. Qué maravilla de serie. Qué manera de marearnos durante seis temporadas. Qué cantidad de arrugas de expresión le han salido a Jack Shephard, no hay roll on de L’Oréal que les ponga remedio. Y después de tanta emoción e intriga con dolor de barriga, va y se nos acaba. El final bien, gracias, como la familia.
Esta sí que iba perdida
Anita la fantástica se sobrevaloró a sí misma creyéndose capaz de conducir un espacio televisivo de dos horas de duración que giraba en torno a una serie que, muy probablemente, no ha visto. Para llevar a cabo tal proeza, consideró más que suficiente la ayuda en plató de cuatro gafapastas (vaaaale, uno no llevaba gafas, pero tenía el pelo demasiado perfecto como para no dar rabia) y un par de corresponsales que esperaron como unos benditos a que se abrieran las puertas del cine donde se había congregado un indeterminado número de seguidores de la serie para hacerles cuatro preguntas a medida que fueran saliendo de la sala. No me quiero ni imaginar el aroma que saldría de ahí dentro después de no sé cuantas horas de aglomeración y encierro. Anita, con cara de en realidad no importarle nada un pimiento, abrió el espacio pidiendo disculpas en nombre de Cuatro por la nefasta emisión del capítulo final de la serie. Y desde ese mismo momento, todo fue cuesta abajo y sin frenos. Señores de Cuatro, háganme caso. Anita no ha visto la serie. La niñata del look total red que se sentó a su lado quizá sí la ha visto, pero no ha entendido nada. El gafapasta número uno ha acudido al plató para ver si hay manera de promocionar su película, el gafapasta número dos tiene una voz tan repelente que me resulta imposible seguir el hilo de lo que dice, y el gafapasta sin gafapasta se parece demasiado a Rafa Nadal. Total, un desastre.
Sólo nos faltaste tú
Anita, hija, ¿por qué te metes en camisa de once varas? En la isla no hay Chaneles ni Diores. ¿De qué piensas hablar cuando hayas repetido mil veces las cuatro líneas escritas en el papel que te han puesto delante?
Recuerdo cuando los Beckham vinieron a España. Anita les alquiló su casa para que pudieran resguardarse de la peste a ajo que invade la península (deberían haberse metido en la sala de cine donde proyectaron el capítulo final de Lost), y entonces, muy prudentemente, se fue por la tangente cuando los medios de comunicación quisieron saber cuánto cobraba en calidad de casera. Anita, hasta ahora, me había parecido una presentadora profesional y una persona cauta. De las que saben de lo que hablan y mantienen una sonrisa hierática ante la situación adversa. Pero la mañana en la que acabó Lost cometió un fallo garrafal: pecó de soberbia en un programa en directo. Cuando su cara enmarcada por su melenita a capas apareció tras los créditos finales del capítulo, miles de narices se arrugaron más de lo que ya lo estaban, y Anita, sin saberlo, se sometió a un examen. Los que adelantaron sus despertadores para plantarse delante del televisor esa mañana eran fans de la serie, por no hablar de los que trasnocharon viendo el maratón de capítulos previos, seguidores que esperaban una gran revelación final que no obtuvieron y que, of course, se conocen la trama, los personajes y sus dites y diretes mil veces mejor que Anita & co. Suspenso. Necesita mejorar. Muy deficiente. ¿Qué te esperabas, Anita? Hay que tener pocas luces para pretender divagar durante dos horas sobre un tema que no se domina sin que se note. Pero tuviste suerte, la gafapasta de rojo cayó peor que tú. Consejito al canto: ¡ay Manolete! Si no sabes torear, ¿pa qué te metes?
S'acabó
martes, 27 de abril de 2010
Alucina, vecina
La reina de corazones
A ella tampoco la convence
Cuando Carmen Martín Gaite escribió su versión de Caperucita Roja, después de tanto tango argentino y tanta abuela bohemia se tomó la molestia de rebautizar la historia como Caperucita en Manhattan, porque con la cantidad de vueltas que le había dado al cuento, había parido una historia nueva. Pero no. El señor Burton con su pelo crepado ha hecho lo que le ha dado la gana y ha decidido que Alicia vaya por la vida empatizando y confabulándose con cualquier personaje que se le cruce, por muy surrealista que sea, hasta el punto de acabar a espadazos si hace falta. Señor Burton, se ha cargado usted la historia. Imaginemos que Alicia es una yonki que a causa de una dosis de heroína adulterada sufre una serie de alucinaciones en las que se le aparecen Carmen Lomana e Isabel Pantoja haciendo encaje de bolillos. Mientras la protagonista no les pida el número de móvil con la intención de quedar cada jueves para participar en semejante festival, eso, y no lo que fui a ver el domingo pasado, podría llamarse Alicia en el País de las Maravillas.
lunes, 29 de marzo de 2010
Encuentros en la tercera clase
Su carajillo, gracias.
Ellas bien lo saben.
El transporte público debe ser digno y seguro. Digno porque no me puedo dejar el estómago en casa cuando tengo que tomar el tren, y seguro en muchos aspectos. Seguro porque una vez hemos superado, aunque mi apariencia apenas lo refleje, la alocada adolescencia, somos conscientes de que un poco de vigilancia no hace mal a nadie que no tenga intenciones ilícitas. Porque no puede ser que cuatro gotas de lluvia dejen a cientos de usuarios esperando en los andenes. Porque apearse del vagón en muchas estaciones es practicar la caída libre y porque a la cantatriz que no le des la monedita de rigor después del concierto sólo le falta escupirte en un ojo. Pues ala, consejo al canto. Salgamos de la crisis. Reactivemos la economía con la ayuda del plan 2000E, o como sea que lo llamen ahora, pidiendo un crédito al banco para comprarnos un coche que consuma poco y endeudándonos más y ahorrémonos tanto trauma. Sabemos que tenemos que usar el transporte público, bien nos lo dicen los que no lo hacen, porque contamina menos aunque dé mucho asco. Pero no nos olvidemos de pedir nuestro crédito, pobre banca inocente y olvidada en tiempos de crisis (¡sorpresa!). Sé que iba a dar un consejo al mundo, pero creo que me he perdido.
martes, 16 de marzo de 2010
Una Koplowitz más
El sentimiento de culpabilidad nos puede llevar a ese punto. Nos ataca por las noches desvelándonos, nos muestra nuestro lado más indigno y nos crea la necesidad de justificarnos ante los demás y, lo que es mucho peor, ante nosotros mismos. Siéntete culpable por pegarte un atracón y pedirás sacarina para el café. Dejaos de San Valentín y del Día del Padre. El gran invento de los grandes almacenes es la culpabilidad. Como has engordado, cómprate una bicicleta elíptica. Como no dejas de fumar ni aunque te maten, cómprate parches de nicotina. Y, como has sido malo, cómprate carbón, pero del que está hecho con azúcar, para que engordes y te acabes comprando la elíptica. No nos engañemos. No somos culpables. Nos hacen sentir culpables. El problema no está en que dejemos de ir al gimnasio, sino en que nos hemos apuntado a un gimnasio a sabiendas de haberlo hecho en un arrebato irracional pues, en el fondo, no nos gusta ir al gimnasio. Es por ello que hoy tengo otro consejo que ofrecer a la humanidad: Cuando os embargue el más irracional de los sentimientos, este es, el de culpabilidad, no titubeéis lo más mínimo. Quedaos en el sofá.